De viajes y experiencias: SAN MIGUEL DEL MONTE
San Miguel del Monte es una ciudad pequeñita a 110 kilómetros de Buenos Aires. Tiene una placita enmarcada por pequeños negocios, una laguna preciosa, poco profunda pero de casi 12 kilómetros de diámetro.
Todo alrededor es extenso y verde, matices que al trocarse en un verde amarillo con trazos naranja y lacre me indican que el otoño me da la bienvenida. Y esta planicie verde-amarilla-lacre se extiende hasta donde alcance la vista y más allá, como es característica de lo que se llama “la pampa argentina” que de pampa en mi opinión tiene poco pues el verdor es pleno, infinito. El clima es discreto, amable, cálido, soleado en el día y un poco más frío por la noche, como imprimiendo algo de carácter a la estadía. Al caer la tarde si se mira al cielo se ve al mismo tiempo a un lado el sol y al otro lado la luna. Es algo que sólo vi antes pero de noche y desde el avión cuando se va a Europa.
El transporte es mayormente a pie, en bicicleta o moto aunque también hay autos y para los turistas remises o lo que nosotros conocemos como un taxi seguro. Y hago énfasis en lo de seguro porque al remis hay que solicitarlo por teléfono y si se está por el centro de la ciudad es preciso acercarse a una estación o una oficina de estos para solicitarlo. No es común abordar a ninguno en la calle estirando el brazo al avistarlo, en consecuencia es un transporte bastante seguro.
Mi alojamiento es muy lindo. Un búngalo ubicado en un condominio sólo a 40 pasos de la laguna que está cruzando la pista. Puedo ver desde mi ventana a la cantidad de personas que vienen, propios y turistas, provistos de algunos alimentos y bebidas, mate, sillas y mesas plegables, juegos de cartas o de “truco”, alguna manta y sobretodo enormes ganas de disfrutar de la naturaleza y su profunda simpleza. Lo hacen con la naturalidad de la identificación absoluta que sólo se obtiene siendo parte de ella desde el nacimiento hasta la muerte.
Otros, pasean con sus hijos en bicicletas, inclusive en aquellas que tienen uno o dos asientos especiales para bebes, los que también disfrutan el paseo con la más absoluta naturalidad. Y es creo precisamente esto, o el verdor, o la paz de la laguna, o que se yo, lo que inviste a los niños de una inocencia que hace muchísimo no veía y que en esta estancia nutrió mi espíritu. Su temprana, pura e innata inocencia se ve reflejada en sus juegos. Pueden jugar con casi cualquier cosa y se sienten de lo más divertidos. Desde correr contra el viento unos tras de otros por el campo acompañados de gritillos eufóricos y risas emocionadas por la aventura, pasando por construir castillos con pequeños montículos de piedrecillas sintiéndose en el intento los reyes del mundo, hasta pescar junto a sus padres, con una muñeca de trapo bajo el brazo. Los observo y me nutro de vida. De esa vida renovada y pura que siempre nos brinda un niño.
Al pasar por un jardín infantil el nombre me llamó la atención: “Piedrecitas preciosas” y es que esto son los niños inocentes de San Miguel del Monte, piedrecitas sobre las cuales edificar y preciosas porque su valor es incalculable. Esta bellísima inocencia en los juegos de los niños es un regalo especial que me hace San Miguel del Monte.
Los nacidos aquí o aquellos que lo eligieron por morada son amables y generosos. Me lo demostró Gustavo quien habiéndome conocido el mismo día compartió el asado más rico que comí jamás. Aquí, lo que nosotros conocemos como carne a la parrilla, se llama simplemente asado, que de simple no tiene nada pues es abundante en tipos de achuras y carnes de sabores intensos y deliciosos. Cuando se accede a algo tan especial, lo natural es intentar volverlo a vivir. Así que pregunté y me esmeré en ver como hacían aquí “el asado” y noté que lo hacen de una manera muy diferente y especial a como yo solía ver y preparar. Será esta una de las primeras cosas que recree a mi regreso para aquellos a quienes quiero pues nada tiene sentido si no se comparte.
He abordado en esta breve estancia varios remises pero al preguntar a los remiseros por el origen del nombre de la ciudad, no obtuve una respuesta y es que quizás ello no es tan importante como lo que San Miguel del Monte transmite entre la laguna y el verdor.
San Miguel del Monte provee de la paz que una respiración calmada, una mirada infinita y una sonrisa asomando evidencian.
Mi propósito de viaje a San Miguel del Monte era acompañar a Bruno a su graduación luego de 3 años de estudios bíblicos. Los bautistas tienen en esta ciudad un instituto. Soy católica y por serlo respeto toda creencia, filosofía o religión. En la graduación de Bruno y en la estadía en general me reconforta que la convivencia entre diferentes pensamientos no distanciara en absoluto la certeza de que Dios es uno, único y para todos, se quiera o no.
Esto es lo que me llevo de San Miguel del Monte: paz. Hay que partir. La vida es así, partir y llegar pero en estos breves días fui parte de la paz, como también de bellos paisajes, inocencia infantil y pureza equipaje que llevaré conmigo, como equipaje ineludible.