De viajes y experiencias: Buenos Aires
Cuando la vida nos abre oportunidades, lo hace igual que la primavera que nos abre las flores para aromar el destino. Flores, fuente de alimento para los colibríes que jamás vuelven a beber el néctar de la misma flor.
En esta última época mis flores ocasionales se me abrieron bajo la forma de viajes, regalo de lugares nuevos, personas nuevas. Descubrir.
Reconocer caminos transitados, redescubrir personas latentes en la vida.
Darme cuenta casi, que el tiempo es relativo y sólo es real aquel que permanece en nosotros.
Y es que en los viajes se aprende, pero sólo si se aprehende de ellos.
Buenos Aires es y será para mí una ciudad entrañable desde Mafalda y la tierna acidez de Quino, con esa mezcla de olor a cigarrillo y café, con esos colores grises y celestes que se turnan en un mismo día de inicios de otoño, con ese ímpetu arrollador pero seductor de los porteños, que sin conocerte más de un minuto te adoptan, como un familiar como al amigo de cada día.
Una inocente pregunta, al subir a prisa al primer taxi escapando del inesperado chaparrón es suficiente:
¿Parará de llover señor?
Y…que se sho…siempre que shovió paró! con una parquedad que de inmediato se convierte en una sonrisa y un guiño.
El Buenos Aires de hoy es aun más cosmopolita que antes.
Allí muchas religiones caminan lado a lado, muchas sangres se entremezclan y conviven, fructifican como lo hace cualquier semilla que por suerte del viento cae en esa tierra.
Sigue siendo un placer pasear por Callao, Santa Fe, Florida, Lavalle, Tucumán, Esmeralda, Maipú, Suipacha, aun a riesgo de doblarse un tobillo o resbalar en las eternamente destrozadas veredas, cuyo estado más que atribuible a la temperamental lluvia obedece al temperamento intacto, intendente tras intendente de repararlas poco y malamente.
De noche y de miércoles a domingo, cómo no detenerse a ver una o más obras de teatro en la calle Corrientes, calle que nunca duerme guardada por el obelisco que aguarda erguido el paso del tiempo.
Cómo no sucumbir a la tentación de comprar boletos a mitad de precio, para la primera fila de la obra que se elija en “Buenos Aires TK” de Cerrito. Con poco presupuesto y más obras que las previstas queda plenamente alimentado el espíritu.
Aun se puede disfrutar el merodear librerías donde sólo importa el deseo de leer pues hay bellísimos y valiosos ejemplares de todo lo que imaginas y más de lo que no, en los que el valor no tiene ninguna relación con el precio.
Para los carnívoros, un corte de asado de tira que normalmente es para 2 o 3, puede en exclusiva degustarse placentera y lentamente hasta el último trozo pues no hay corte como el argentino para carnes. Y si eres más prudente disfrutarás de la clásica y enorme milanesa de ternera muy diferente a la suprema de pollo que nosotros conocemos como milanesa, pero en su versión minimalista.
La moda en Buenos Aires es muy diversa y salir de compras es volver una y otra vez la mirada sin poder decidir que comprar, pero al final se termina comprando pero ansiando lo que se dejó en la vidriera, al regreso no hay valija suficiente.
Caminito, el barrio de la Boca, el estadio de Boca Juniors, con ese sabor tan especial, criollo, porteño como las empanadas, contrasta a pocas cuadras con las finísimas antigüedades de San Telmo donde en cada tienda se adormila un trozo de historia y en cada lámpara, mueble, objeto queda invisiblemente impresa la huella de quien debió desprenderse de algo querido soñando en que sea su nuevo dueño quien le renueve ese cariño al adquirirlo.
Viajar en el viejo “subte” sigue siendo lindo pues por muy poco llegas a donde quieras aventurándote como un niño en la maraña de conexiones y estaciones que atentamente debes advertir por entre la gente para no errar el destino.
Es para mí un ritual inevitable ver un Ombú en Buenos Aires. Mi historia con este árbol es antigua, preciosa, permanente. Su tronco inmenso y sus ramas extensas hacen que junto a él me sienta dentro de un mágico abrazo.
La esquina de Florida y Lavalle siempre fue conocida por ser la esquina de “los discutidores” pues allí anclaban por lo general jubilados que de pronto y sin previo acuerdo se ponían a discutir -no a conversar- de cómo arreglar el mundo, a la espera subconsciente de que algún transeúnte, oficinista, estudiante, ama de casa, o paseante cualquiera, intruso natural, se apropiara de la conversación y le diera un giro insospechado. Al poco rato eran ya dos transeúntes los dueños de la plática original.
Hoy esa misma esquina alberga bailarines eximios del tango callejero, aquel hecho para los ojos del turista furtivo, el de la foto inmediata frente a cualquier cosa que no conozca. La tecnología ahora los ha provisto de discos compactos que hacen una mejor caja que la sola y antigua colaboración en el consabido sombrerito.
Por la noche, esa misma esquina cobija a un mutilado veterano de la guerra de Malvinas, un hombre guapo, algo mayor que yo, pero no mucho, joven y aun más para una guerra, quien sentado sobre un tacho de basura al cual sólo Dios sabe cómo subió, pues le son ausentes una pierna y un brazo, pero subió, desvaría con ojos tan bellos como perdidos, hiriéndonos con frases incoherentes, altisonantes, que dispara pero que también va ocultando bajo su barba junto a otras tantas que le quedan por decir.
Lo miro con respeto y una pizca de temor. Me devuelve la mirada con una sonrisa de pocos dientes, casi inocente. Pongo unas monedas en su lata. Hace un movimiento de alegría que pone en peligro su estabilidad sobre el tacho.
Casi culpable me voy, sintiendo que alguna responsabilidad debemos tener por tamaña miseria. Camino sintiendo cada uno de mis pasos y en mi cabeza oigo de música de fondo “Reina Madre” de Raúl Porcheto.
Así ha sido siempre Buenos Aires para mí, así sigue siendo Buenos Aires para mí, una ciudad intensa.
Y para mí, sentir intensamente, es muy bello.
Vuelve a esperarme Buenos Aires que cada vez que pueda, iré por ti.
Mañana me esperan otros destinos.