LOS FRAILES QUE AUN SALTAN EN EL SIGLO XXI
Cuenta la leyenda que hace 151 años un fraile enamorado, al perder a su amada, a modo de despedida trágica y final se lanzó de un alto peñón en Chorrillos mientras ella partía en una fragata.
151 años después, la escena se recrea en las inmediaciones de un restaurante cuyo nombre se prende del acontecimiento.
Pero ahora los frailes saltan al mar con túnica y capucha incluidas para recibir sólo el aplauso, el reconocimiento en una foto, la sorpresa presa en unos ojos infantiles ante tamaño arrojo y quizás algunas monedas en unas pequeñas cestas que parecen las que se pasaban en las iglesias para recolectar las limosnas. De paja fuerte, beige color avellana, sobrias, humildes, casi avergonzadas de su sencillez.
Es muy poco lo que recolectan me parece. Por ello pienso que su empresa es más romántica que comercial pero algo debe gotear aparte del agua de las olas reventando en los rompientes próximos.
Los he visto dos fines de semana. El primero porque valga la redundancia, los veía por primera vez a pesar de vivir mucho tiempo en Lima. El segundo porque me gustó lo que vi la primera vez.
Cuando los vi por vez primera los frailes del siglo XXI eran 3, uno mayor que bien podría haber sido el fraile original si éste no hubiera perecido según la leyenda, otro que hoy supe se llama Manuel, joven a quien su familia al caer la tarde va a alentar y él con una sonrisa de dientes sinceros de aquellos que se brindan tal y como son, les ofrece su mejor salto.
El otro fraile del siglo XXI posiblemente sea algo más joven y es más guapo. Se llama Raúl, según me dijo Manuel; tiene un bigote simpático un tono de voz agradable y modales que lo resaltan. Habla tratando de parecer un fraile del siglo XIX, con un pequeño seseo españolado que llama la atención. Es muy amable y educado al dirigirse al público o para brindar una foto. Reza un padre nuestro una ave maría, levanta los brazos al cielo y luego saluda al público y se lanza un clavado, calculando eso si que una buena o regular ola al menos haya subido un poco la marea ya que hay muchas, pero muchas rocas a poca profundidad.
Es un salto emocionante, bello, romántico.
Luego sale, y desanda el camino que lo llevó al peñón de donde salta hasta la pista que plena de autos, heladeros, curiosos, paseantes, turistas y fotógrafos se renueva de tanto en tanto como el agua del mar. Recolecta en su cesta. Vuelve al peñón y vuelve a saltar.
Es muy diferente verlos desde la pista que acudir tras ellos rumbo al peñón y a solicitud de ellos pararse a una discreta distancia en la que no haya ningún riesgo, ningún peligra. Ambas vistas son buenas pero la que se logra casi a un metro del peñón produce una especie de contagio. Le pido una foto a Raúl, la tomamos.
Casi me siento atrapada por la adrenalina del salto, por la fuerza del mar, de las peñas, de los rompientes, por una vista en la que parece que por esos efímeros instantes el mar hasta donde llega mi vista, me pertenece, el aroma de mar se infunde en mí abarcando en plenitud mis pulmones y el sol acaricia, baña mi piel con calidez. De pronto avanzo hacia el mar sobre las peñas aproximándome con respeto hasta que él en un gesto de reciprocidad me toca estallando en una peña sólo para brindarme unas gotas que el viento hace llegar a mi piel.
No sólo yo participo de este bello momento y de este bello lugar. Muchos otros pescan, miran, respiran, pasean, se relajan, enseñan a sus hijos de la mano la belleza de la naturaleza que aun es gratis, disfrutan.
La tarde avanza y no la siento. Los frailes del siglo XXI saltan y desandan el camino para volver a andarlo y saltar una y otra vez, cada cual a su estilo, cada cual con su sino.
No quisiera irme, sigo mirando el mar y él sigue mirándome. Sigo sintiendo su aroma y de cuando en cuando gotas en mi piel que el sol seca sabiamente. No quisiera irme, es un momento y un lugar muy bello.
Muchas gaviotas pasan en vuelos rasantes cerca mío. Como si me dijeran en el aleteo y el planeo que alguna es Juan Salvador Gaviota. Se saben dueñas de la zona, la forastera soy yo. Un patillo intrépido nada como surfista natural sobre las olas, bajo las olas, entre las olas.
Tomo la última bocanada de aire pretendiendo llenarme del momento. Vuelvo desandando el camino hasta la pista. Me despido de los frailes del siglo XXI que hoy saltaron para mí.
Mientras subo a mi auto un gracioso negrito con peluca de loco, labios pintados, collar de cuentas y dos globos enormes en el pecho y dos aun mayores donde termina la espalda cubiertos por un vestido sexy con una cajita de golosinas en la mano me dice: “Amiga, una colaboración para la novia del fraile” Me causa mucha gracia su ingenio para superar su circunstancia. Le compro unas papitas y le digo riendo: “Tu eres la novia del fraile? Con razón salta y salta hacia el mar, pobre! Compartimos risas y “la novia del fraile” sigue su camino, yo el mío.
Al alejarme pienso cuál es la motivación de estos frailes del siglo XXI y sólo asoman a mí razones románticas, las que persisten en cualquier siglo sea el XIX o el XXI, las que persisten en quienes buscamos encontrarlas.